El verdadero café de especialidad comienza donde pocos miran: en las manos que lo cultivan.
Ayer visitamos la finca “El Ranchito”, en Ixhuatlán del Café, Veracruz, y tuve una conversación que me dejó pensando mucho tiempo después de salir de ahí.
Don Fidel Velázquez, productor de café, me habló con una claridad que pocas veces se escucha: “El clima ya no nos deja producir como antes… y aunque hagamos el mejor café, seguimos siendo los últimos en la cadena”.
El cambio climático, la falta de herramientas administrativas y el desconocimiento del mercado justo son solo algunos de los retos que enfrentan. Pero hay otro más profundo: la indiferencia.
Hoy, muchas cafeterías y marcas utilizan el término “café de especialidad” solo como estrategia de venta. Venden más caro, pero sin reconocer ni respetar el trabajo de quienes hacen posible esa calidad. Se apropian del discurso del origen, pero olvidan al productor, a la comunidad y hasta a la planta misma.
El café de especialidad no es un logo bonito ni un filtro estético en redes sociales. Es una responsabilidad.
Es entender que sin el productor, sin su conocimiento y su cuidado de la tierra, no existe café que valga la pena llamar “especial”.
Necesitamos volver a mirar hacia el origen. A informarnos, a visitar fincas, a escuchar a los productores y a la tierra.
Porque si seguimos desconectados de la raíz, todo lo que servimos por más bien preparado que esté, pierde sentido.